domingo, 16 de enero de 2011

Lágrimas de una pequeña luciérnaga

Panchita era pequeñita, pequeñita. Tenía apenas un año de edad y era, es y será, tal como ya lo he dicho en otras oportunidades la ternura personificada. Desde fue así, lo traía en su genética. Sin embargo, había una sola cosa que la exasperaba, la ponía de mal humor: cuando llegaba la hora de sus comidas y no habían sido satisfechos sus requerimientos al respecto. La historia que traigo desde mi memoria va en este sentido.
Estábamos de visita en casa de mis padres y yo no me encontraba en casa en aquellos momentos. Según la madre de las niñas la escena se desarrolló de la siguiente manera:
Panchita comenzó a llorar debido a que su madre no le daba el almuerzo. Ella estaba retrasada y trabajaba afanosamente por acabar la papilla que correspondería a mi hijita menor. María de los Ángeles, con sólo tres añitos, posesionada absolutamente de su rol como hermana mayor hablaba con su hermana y le decía:
- Ya, ya, Panchita. Si ya va a llegar el papá.
Panchita sólo atinaba a responder con un lastimero y tierno: Shii...
Para la Ángeles de aquellos tiempos la solución a todos sus problemas tenía mi rostro. Sin duda, una época que mi corazón recuerda con envidia.
Al llegar yo me encuentro con esa situación: Panchita llorando, su hermana mayor tomándola tiernamente de la mano y la madre afanada en la cocina. Me acerco por detrás del coche en el que Panchita se encontraba sentada de tal manera que ella me ve la cabeza pero al revés (¿se entiende?).
Al verme deja de llorar y comienza a reír. Me extiende sus brazos, la cargo y después de saludar a la madre me la llevo al jardín. Allí entre los frondosos y añosos árboles nos quedamos los tres jugando, recogiendo hojas y haciendo lo que normalmente los padres que amamos a nuestros hijos hacemos con ellos: regalonearlos.
Así de especial eran mis hijas cuando bebés: era tan fácil complacerlas. Un privilegio sin duda es ser su padre.
Hoy reafirmo esta oración. Hoy que son unas hermosas y responsables adolescentes.

7 comentarios:

  1. Que bella anécdota, siempre hablando de sus amadas hijas. Es un privilegio para ellas tener ese padre. Un saludo cordial.

    Hasta pronto Leonel. Entiendo que lo de tu muerto no era cierto. uffff.

    4 d’octubre de 2009 22:04

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  2. Es tan tierno como expresas tu amor de padre, tan lindo.
    Ellas tienen que estar muy contentas de tenerte como tal. La adolescencia es una edad en la que nos queremos imponer con nuestro carácter una edad de cambios, pero seguro que con un padre tan amoroso, ese cambio será sosegado.

    Besos y amor.

    PD

    Tienes nostalgia? ¿estás triste? anímate.

    5 d’octubre de 2009 5:46

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  3. Permíteme comentar esta historia que logra sacarme unas lágrimas al recordar cuando ellos estan así de chiquis y ahora que son adolescentes y auqnue se vayan de casa seguirán siendo nuestras bebes y nuestras PRINCESAS.
    Un saludo especial y muy tierno el texto.

    5 d’octubre de 2009 11:28

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  4. Leonel,

    Esto en particular me trae algo de paz, mis niños son pequeños; así, uno cumple 6 y el otro tiene 2 años, aunque las tareas con ellos no parecen tener fin, son los mejores años quizá... Ya volverá el tema y entonces lo reafirmaremos.
    Felicidades por tus hijas, gracias por compartir.

    Saludos

    5 d’octubre de 2009 13:55

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  5. Esas anecdotas valen contarlas... un abrazo!

    5 d’octubre de 2009 19:48

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  6. Gracias querido amigo, bien venido al mundo de los Momentos de esta UCUYAYA que tiene un pie en la tierra, y otro en la locura de escribir
    Me encanta CHILE...
    Prometo visitar este lindo blog y dejar un comentario de acorde a su categoría. Felicitaciones

    6 d’octubre de 2009 10:18

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  7. Realemente unas criaturas maravillosas.

    Realment unes criatures maravelloses.
    Una abraçada, Montserrat

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