domingo, 16 de enero de 2011

Mi enfermera

Ángeles era pequeñita tan pequeñita como tiernamente exquisita, un primor de hija. Como dice Serrat: "Una sonrisa rodeada de mujer(cita)".
Aquella mañana me desperté con una fuerte jaqueca producto de una semana absolutamente estresante: fin de año lectivo, lo que significaba lidiar con pruebas, apoderados desubicados y alumnos mediocres con pretensiones de salvar un año que ya estaba perdido. Eso, creo, era la razón del dolor de cabeza de aquel fin de semana.
Después de almuerzo me quedé dormido en el sofá y mi hijita se encargó de que nadie interrumpiera mi idilio con Morfeo. Si alguien hablaba algo fuerte ella se encargaba de volver todo a la normalidad. Lo hacía de la siguiente manera: miraba seriamente al causante de la molestia para luego agregar:
- Papá femo, chendo tuto. (O sea, el Papá está enfermo y está haciendo tuto (durmiendo)).
Yo, medio dormido, lo escuchaba todo con un indisimulado orgullo.
Más tarde, aquel mismo día, cuando el dolor de cabeza ya se hacía insoportable mi niñita se acercó a mí y me tomó suavemente la mano con su dulce manito y con la compasión más dulce que pueda recordar me pregunta:
- ¿Lele? (¿Duele?)
Fue tan impactante su carita, la cual denotaba absoluta preocupación por lo que estaba pasando con su padre que no me pude resistir y me levanté, salimos al jardín a jugar. No se pueden imaginar la alegría de mi niñita. Ese rostro inocentemente feliz obró el milagro: El dolor desapareció.

3 comentarios:

  1. Tus bellas anécdotas hablan de tu satisfacción de ser padre.

    Felicitaciones amigo.

    Hasta pronto.

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  2. Qué ternura lo que relata.. Ojalá algún dia podamos experimentar una felicidad similar

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  3. Maravillosa enfermera.
    Guarda siempre estos recuerdos, atesorados en un cofre, estas vivencias tienen un gran valor sentimental
    Un abrazo.

    Maravellosa enfermera.
    Guarda sempre aquests records dins d´una arquimesa, perque aquestes vivencias tenen un gran valor sentimental.
    Una abraçada, Montserrat

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